La idea tan extendida de que el capitalismo es un producto del desarrollo interno
de la economía, y más concretamente de las fuerzas de producción, oculta su
verdadero origen. Este no se encuentra en ningún proceso de acumulación originaria
como plantean el marxismo o el liberalismo, ni tampoco en una repentina transformación
de las relaciones sociales de producción, fruto de determinadas fuerzas históricas
vinculadas a la economía. El capitalismo es, primero y antes que nada, un producto
de la guerra, y sobre todo del militarismo. Este es el origen del capitalismo que
formalmente no se quiere reconocer, y que académicos, intelectuales, ideólogos, etc.,
ignoran o deliberadamente ocultan con sus construcciones ideológicas y demás dislates.
En la medida en que el capitalismo es un producto de la guerra cabe preguntarse por
qué surgió en Europa en la época moderna y no en cualquier otro lugar donde, al igual
que en Europa, también había guerras. La razón es bastante simple. El espacio geográfico
en Europa estaba organizado en torno a una multitud de unidades políticas independientes,
lo que conformaba un escenario geopolítico fragmentado y descentralizado. Prueba de esto
es que en el s. XIV había en Europa aproximadamente 1.000 unidades políticas de diferente
naturaleza que, además, estaban en permanente conflicto entre sí.[1] Así pues, existía
un alto nivel de competición que estimuló la guerra de una forma que no tuvo lugar en
ninguna otra parte del mundo donde, al contrario que en Europa, predominaban formaciones
políticas imperiales, como es el caso del extremo Oriente, Asia central, norte de África,
etc.
Por otro lado no hay que olvidar que el militarismo también necesita de la existencia de personas que lo promuevan y practiquen. Entre el final de la Edad Media y el Renacimiento todavía había en Europa una élite social cuya principal actividad era la guerra, a lo que hay que añadir el desarrollo de las incipientes monarquías nacionales cuyas casas reales operaron como fuerzas aglutinantes que reunieron bajo su mando extensos espacios geográficos, y con ellos importantes recursos económicos y humanos para afirmar su autoridad exclusiva sobre los territorios que reclamaban como propios. En este contexto histórico la guerra era una constante que estaba, a su vez, íntimamente unida a la mentalidad militarista de las élites de aquel momento, pues entendían que la conquista militar era una forma de alcanzar la gloria, y que ello constituía el deber de los monarcas para cumplir las expectativas del público.[2] De este modo comprobamos que la organización del espacio en Estados y la mentalidad militarista contribuyeron conjuntamente a la competición y a la guerra, y tal como veremos a continuación también a la aparición del capitalismo.
Como es sabido, la guerra genera importantes efectos en el conjunto de la sociedad a todos los niveles, pero sobre todo supone un poderoso estímulo para el desarrollo de la tecnología militar con el propósito de disponer de medios de destrucción más eficaces y devastadores, para de esta forma obtener una ventaja estratégica frente a posibles rivales. Las carreras armamentísticas fueron una constante desde entonces hasta nuestros días. Asimismo, la transformación del carácter de la guerra, con la introducción de nuevas armas y, también, nuevos métodos organizativos, sirvieron para incrementar el tamaño de los ejércitos, aumentar su eficacia en el campo de batalla al volverse más destructivos, y generar una importante estructura organizativa central del Estado que conllevó su crecimiento. El encarecimiento de la guerra, y el aumento de las capacidades del Estado para movilizar los recursos disponibles en su territorio, tanto en la forma de medios económicos como humanos para abastecer sus cada vez más grandes ejércitos permanentes, introdujo una demanda constante a todos los niveles de la producción económica.
Hasta el s. XVIII era habitual que con el estallido de una guerra se generasen toda clase de industrias prácticamente de la nada para poder abastecer masivamente a ejércitos cada vez más numerosos en muy poco tiempo. Esta tarea era encomendada generalmente a comerciantes que operaban como contratistas, y a los que se les confiaba la tarea de buscar a los productores capaces de satisfacer la fortísima demanda que imponían los ejércitos para disponer de todos los medios necesarios para ir a la guerra. Debido a que la forma de producción imperante hasta el s. XVIII fue la artesanal, existían grandes dificultades para satisfacer esta demanda masiva, y se creaban de manera improvisada industrias de todo tipo que sólo duraban lo que duraban las guerras. Después de esto, al desaparecer la demanda, estas industrias eran desmanteladas.
Sin embargo, la dinámica belicista y el militarismo crearon las condiciones para el florecimiento del capitalismo debido a los enormes gastos que supone la guerra, y sobre todo las sucesivas carreras armamentísticas en los periodos de paz con la existencia de ejércitos permanentes en expansión. A partir del s. XVI el crecimiento de los gastos militares en Europa se disparó, lo que propició la formación del mercado a escala nacional, es decir, al nivel de los Estados modernos que se habían formado en aquel entonces. La demanda masiva de bienes y servicios de todo tipo que desarrollan los ejércitos para su abastecimiento, desde el alojamiento pasando por la munición y el armamento, hasta llegar a la ropa, la manutención, el transporte, etc., exigió la mercantilización de la vida económica, esto es, la creación de un mercado en el que los ejércitos pudieran adquirir aquellos bienes que necesitaban para hacer la guerra. Todo esto es evidente cuando comprobamos que el tamaño de los ejércitos permanentes no dejó de crecer tanto en tiempos de paz como de guerra, sobre todo al estar compuestos por decenas de miles e incluso cientos de miles de efectivos.[3]
La guerra contribuyó de un modo decisivo a la formación de capital. Debido a la fuerte demanda que imponen los ejércitos, se formaron los fundamentos económicos del capitalismo. Esto fue así gracias al arrendamiento de impuestos, como ocurría en Francia donde los comerciantes contratistas que abastecían al ejército tenían la concesión de la recaudación de impuestos, y por medio de las ganancias derivadas de los réditos de los empréstitos estatales, tal y como sucedía en Países Bajos e Inglaterra. Esta acumulación de capital es la que permitió a estas gentes que se beneficiaron de la guerra emplear su riqueza en el fomento de la industria y del comercio, lo que dicho sea de paso era funcional para la actividad militar. Al fin y al cabo el ejército es una enorme masa de sólo consumidores que produce una demanda constante que estimula la producción comercial. En este sentido la demanda masiva que impone la guerra exige una rápida satisfacción de la misma, lo que contribuyó a cambiar la estructura económica y, así, posibilitar la creación de una organización capitalista de la producción y del comercio. Esto fue especialmente claro en la demanda de armas, donde se impuso rápidamente la estandarización, poniendo fin al antiguo taller de armería debido a que no podía suministrar rápidamente grandes cantidades de armamentos y de manera uniforme.
Las fábricas de armamentos fueron la base de la industria capitalista debido a las grandes cantidades de capital en forma de inversión que requerían para su normal funcionamiento, en donde el proceso de producción de armas implicaba una amplia especialización de las funciones de trabajo, además de la intervención de una gran cantidad de máquinas e instrumentos. Pero además de esto la guerra tuvo un efecto multiplicador sobre numerosas industrias en la transformación de la economía, estos son los casos de las fundiciones, armerías, municiones y materias primas entre otras. Esto facilitó la aparición de la industria siderúrgica debido a la creciente demanda de cañones de hierro, lo que estimuló los progresos en la fabricación de hierro entre el s. XVI y el XVIII. A causa de la magnitud y el modo de demanda del ejército, lo que está relacionado tanto con su tamaño como con el carácter del sistema de abastecimiento, se produjo una centralización económica y organizativa que a la postre condujo a la forma de producción capitalista. Así es como terminó dándose el paso de la producción artesanal a la producción fabril que anticiparía la producción típicamente capitalista a partir de la primera revolución industrial.[4]
La guerra, por tanto, impuso una lucha por la producción ante la acuciante necesidad de abastecer a ejércitos cada vez más numerosos y caros de mantener. Por esta razón la guerra indujo innovaciones en la producción, ya que una demanda masiva exigía una producción masiva, y consecuentemente una movilización masiva de recursos a escala nacional que fue efectuada por la organización centralizada del abastecimiento llevada a cabo por las estructuras del Estado, en conjunción con contratistas y diferentes empresas que integraron las industrias del incipiente complejo militar-industrial.[5] Una mayor y más rápida extracción de carbón y hierro de las minas para fabricar cañones en los altos hornos, la tala industrial de árboles para la producción de buques de guerra, la maquinización del sector textil para la fabricación a gran escala de uniformes militares y velas para los barcos, el desarrollo de una vasta industria química para la coloración de los uniformes, velas, banderas, estandartes y la producción de explosivos y municiones exigieron, y por tanto estimularon, el desarrollo de la ciencia en su aplicación técnica para resolver los desafíos que a nivel logístico y material imponían los esfuerzos de guerra. Y como decimos, esto se tradujo en cambios decisivos en la forma de producción que no tardaron en desembocar en el capitalismo. Se abandonó definitivamente la producción artesanal para adoptar la capitalista en la que la maquinización del proceso productivo, junto a la especialización del trabajo y la propia estandarización desarrolló la unificación de la producción y la aparición de la organización capitalista. Se trataba, en definitiva, de cambios cualitativos que influyeron decisivamente en la posterior transformación de la economía y de la sociedad. A largo plazo estos cambios sirvieron para aumentar la productividad con la formación de economías de escala que llevaron a cabo una asignación más eficiente de los recursos, lo que implicó el impulso del desarrollo de la tecnología militar y un abaratamiento de la producción de armamentos que relanzó el militarismo y el crecimiento de los ejércitos.[6]
Los intereses militares y geopolíticos de los Estados fueron los que, en un contexto de intensa competición internacional, y por tanto de guerra y carreras armamentísticas, impulsaron la transformación de la forma de producción dominante en la economía. No sólo apareció la empresa capitalista, también lo hizo el mercado dada la comercialización de una cantidad creciente de bienes y servicios de todo tipo, e igualmente se produjo la mercantilización del conjunto de la economía que dejó de estar centrada en el autoabastecimiento para producir para el mercado a cambio de dinero. La comercialización de la economía conllevó, asimismo, la monetización y la extensión del trabajo asalariado, unido a la urbanización de la sociedad con la formación de grandes industrias que concentraban la producción económica. A esto le siguió, a su vez, el desarrollo del sector financiero que tenía sus antecedentes más inmediatos en el s. XVI, momento en el que aparecieron las primeras bolsas mundiales ligadas al comercio de los títulos de deuda estatal con los que eran financiadas las guerras. Este fenómeno favoreció posteriormente la incorporación de las empresas comerciales al mercado financiero con la emisión de títulos de deuda privada. Por otro lado, y dada la creciente importancia del sector financiero en la regulación de una economía cada vez más monetizada, hicieron su aparición los bancos centrales que reunieron el conjunto del crédito de la economía nacional para financiar los gastos de guerra y las campañas militares de los Estados.[7] El dinero era un instrumento más eficaz a la hora de movilizar recursos de todo tipo para abastecer a los ejércitos, y la función de la banca no fue otra que la de adelantar el dinero para que el Estado pudiese gastar más rápido para preparar y hacer la guerra, en lugar de tener que aguardar a la recaudación de impuestos.
Tal y como señaló Charles Tilly en su momento, la guerra hace al Estado y el Estado hace la guerra.[8] Pero habría que añadir que la guerra, y el militarismo que esta lleva aparejada en el contexto internacional de un mundo organizado en Estados, produce el capitalismo, tal y como señaló en su momento Werner Sombart. Dicho esto, nos encontramos con que la importancia de la economía radica en el hecho de ser la base material sobre la que se apoya el poder militar que los Estados construyen en su competición geopolítica, de forma que las capacidades nacionales están determinadas por la economía, lo que determina, a su vez, el poder de un Estado en la esfera internacional. En este sentido la obra de Paul Kennedy es muy ilustrativa de cómo la base material de un Estado, su economía y cuán productiva sea esta, resulta decisiva a la hora de preparar, hacer y ganar la guerra. Por tanto, el auge y caída de las grandes potencias se explica a partir de factores geopolíticos en los que la economía juega un papel fundamental como soporte del poder militar. Así, en aquellos momentos en los que se produce un deterioro de esta base material del Estado, resultado de un exceso de intereses creados en la arena internacional, también se resiente su posición internacional al no tener la capacidad para sustentar el poder militar que le confirió el estatus de gran potencia. De esta forma al declive económico le sigue el declive político-militar del Estado en los asuntos internacionales.[9]
Históricamente el capitalismo ha sido un instrumento para dotar a los ejércitos de los recursos y medios precisos para preparar y hacer la guerra, en la medida en que el capitalismo mismo fue en su origen un producto del militarismo y de la guerra.[10] Por tanto, la necesidad de abastecer ejércitos más numerosos y apoyar el poder militar sobre el que se basa el poder internacional de un Estado, ha sido la razón de ser del surgimiento del capitalismo. La movilización de recursos y una economía productiva es lo que dota al Estado de unas capacidades nacionales con las que apuntalar su política exterior para, así, competir con éxito frente a otras potencias. El capitalismo ha cumplido esta función al favorecer el crecimiento, desarrollo y productividad de la economía nacional, lo que ha provisto al Estado de una creciente base tributaria con la que costear sus medios de dominación, y especialmente su poder militar con el que escalar hasta la cúspide de la jerarquía de poder internacional.[11] En lo que a esto respecta son notables las aportaciones hechas desde el paradigma realista y neorrealista de las relaciones internacionales, y especialmente de autores como Robert Gilpin y Kenneth Waltz que han incidido en la relación entre poder económico-industrial, poder militar y la posición que cada país ocupa a nivel internacional. Lo que, dicho sea una vez más, nos deja bien clara la función del capitalismo como forma de organizar la economía y la producción para, de este modo, dotar de medios materiales al poder militar para que el Estado proyecte su poder e influencia en el mundo.[12]
Si el militarismo es el padre del capitalismo también es a día de hoy su principal sostenedor. Basta con remitirse a casos concretos como el de EEUU donde la mayor partida presupuestaria del gobierno federal, después de las pensiones, la tiene el Pentágono con 716.000 millones de dólares en 2019, un gasto que supone que esta institución tenga a su cargo una mano de obra total de entre 5 y 6 millones de trabajadores en los sectores económicos más diversos.[13] La inversión del Pentágono en la economía estadounidense tiene, además, un efecto multiplicador sobre multitud de industrias, lo que conlleva la militarización de la propia economía que es supeditada a los fines del ejército. Por tanto, los presupuestos militares en EEUU desempeñan un papel decisivo debido a que implican la existencia de una demanda constante en la economía que, de este modo, se ve obligada a satisfacer a una escala masiva, pues el ejército de este país lo integran aproximadamente 1,4 millones de efectivos, y su equipamiento es tremendamente costoso.[14] De esta forma el conjunto de los recursos (económicos, humanos, financieros, materiales, naturales, intelectuales, etc.) que alberga el país son movilizados y puestos al servicio de los intereses del ejército.[15] Todo lo anterior es un claro reflejo del poder efectivo del ejército en EEUU en términos políticos, más allá de las convenciones establecidas por el ordenamiento constitucional de aquel país, al acumular una cantidad ingente de recursos económicos y humanos con los que dirige la economía nacional y somete la política federal.[16]
En definitiva, lo que puede concluirse de todo lo antes expuesto es que el capitalismo es ante todo un producto del militarismo y de la guerra. De esto se deduce que la existencia de los Estados y su competición internacional son el origen de los conflictos violentos que se producen entre estos,[17] lo que impone una serie de necesidades en el terreno de la producción económica que en su momento dieron origen al capitalismo. La vorágine militarista de los Estados, sobre todo al tratarse de instituciones que en último término son de carácter militar, ha constituido un importante estímulo a lo largo de la historia para la transformación de la economía y la sociedad hasta el punto de generar el capitalismo. Así, la militarización de la sociedad y de la economía han ido de la mano hasta el extremo de supeditar las necesidades sociales a los intereses y exigencias de los ejércitos, y consecuentemente a los intereses del Estado en el ámbito internacional.[18] Unos intereses que, no lo olvidemos, se definen en términos de poder (militar, político, ideológico, tecnológico, económico, demográfico, cultural, etc.), lo que hace que la principal finalidad del Estado sea maximizar su poder.[19]
En conclusión, ninguna lucha dirigida a conquistar la libertad puede limitarse
a ser una lucha contra el capitalismo, en la medida en que este tan sólo es
la consecuencia de un problema más profundo que es la existencia de un sistema
de dominación organizado en torno al ejército, que es la columna vertebral del
Estado.[20] Por esta razón la lucha contra el capitalismo necesita ser, también,
la lucha contra el militarismo y el Estado debido a que son el origen último y
los principales sostenedores de un sistema socioeconómico que esclaviza y destruye
al ser humano.
Esteban Vidal
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Notas-
[1] Tilly, Charles, Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990, Madrid, Alianza,
1992, p. 75. Ídem, “Reflections on the History of European State-Making” en Tilly, Charles (ed.), The Formation of National States in Western Europe, Princeton, Princeton University Press, 1975, p. 15. Hale, John R., War and Society in Renaissance Europe 1450-1620, Guernsey, Sutton, 1998, p. 14
[2] Basta señalar que la educación que recibían los futuros monarcas desde su misma infancia era
belicista y militarista, lo que respondía a la necesidad estructural que
imponía el modo en el que el espacio geográfico estaba organizado, de manera que se
procedía a crear en el futuro soberano una disposición a la guerra y a la conquista.
Pues al fin y al cabo quien no conquistaba era conquistado.
Cornette, Joël, Le roi de guerre: Essai sur la souveraineté dans la France du Grand Siècle,
París, Payot et Rivages, 1993, pp. 152-176. Corvisier, André,
Anne Bachelard et alii (eds.), Histoire militaire de la France,
París, Presses Universitaires de France, 1997, Vol. 1, pp. 383-387.
Mormiche, Pascale, Devenir prince: L’école du pouvoir en France XVIIe-XVIIIe siècles,
París, CNRS Editions, 2009, pp. 301-305. Tampoco es casualidad que
Maquiavelo afirmase, ya en el s. XVI, que la principal
actividad y preocupación del príncipe debía ser la guerra,
punto de vista que se generalizó entre todos
los consejeros de los sober anos. “Así pues, un príncipe no debe tener otro objetivo
ni otra preocupación, ni debe considerar como suya otra misión que la de la guerra,
su organización y su disciplina. Porque esa es la única misión que compete a quien
gobierna |...|”. Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, Madrid, Espasa, 2003, p. 105
[3] Carlos V de Alemania logró reunir un ejército de 150.000 efectivos a mediados
del s. XVI. La tendencia fue la expansión de los ejércitos, de forma que los
diferentes Estados contaron con unos crecientes efectivos militares. Francia,
por ejemplo, contaba a principios del s. XVII con 150.000, aproximadamente
la mitad de los que tenía en aquel entonces la corona de Castilla. A finales
de ese mismo siglo las Provincias Unidas tenían un ejército de 110.000 efectivos.
Suecia, a mediados del XVII tenía 70.000 efectivos, e Inglaterra en esa misma
época contaba con un ejército con más de 70.000 soldados. A principios del s.
XVIII la Francia de Luis XIV tenía un ejército de 400.000 soldados, Inglaterra
uno de 87.000 y Rusia uno de 170.000. Dadas estas cifras, ¿cabe dudar de que
semejantes ejércitos no impusiesen a la economía una fortísima e intensa demanda
que favoreciese la creación y desarrollo del mercado?. Childs, John, Warfare
in the Seventeenth Century, Washington, Smithsonian Books, 2004. Roberts,
Michael, “The Military Revolution, 1560-1660” en Rogers, Clifford J. (ed.),
The Military Revolution Debate: Readings on the Military Transformation of
Early Modern Europe, Boulder, Westview Press, 1995, pp. 13-36. Parker, Geoffrey,
“The “Military Revolution”-A Myth?” en Rogers, Clifford J. (ed.),
The Military Revolution Debate: Readings on the Military Transformation
of Early Modern Europe, Boulder, Westview Press, 1995, pp. 37-54.
No puede negarse el hecho de que existían las confiscaciones para abastecer
a los ejércitos, pero generalmente estas se producían en territorio enemigo,
y cuando no era así resultaban ser la excepción. Esto último era debido
a razones obvias, por un lado porque generaban rechazo entre la población
y descontento, circunstancia que podía desencadenar rebeliones internas
y socavar el esfuerzo de guerra en la acción exterior del Estado.
Pero por otro lado porque los Estados desarrollaron sus propios mecanismos
políticos e institucionales mediante los que establecer impuestos con los
que sufragar la guerra. De este modo en Europa occidental aparecieron
diferentes procedimientos y espacios negociadores para facilitar la recaudación
de tributos, y contar así con el consentimiento de los contribuyentes,
o por lo menos de las elites sociales encargadas de hacer las correspondientes
aportaciones a la hacienda real. En Inglaterra estaba el parlamento,
en Francia los estados generales además de los parlamentos regionales,
en Alemania la dieta, en Castilla las cortes, etc.
[4] Sombart, Werner, Guerra y capitalismo, Madrid, Colección Europa, 1943
[5] No hay que perder de vista dos aspectos relativos a la innovación tecnológica
y su relación con lo militar. En primer lugar, el ejército históricamente
ha demostrado ser una institución extremadamente dinámica, lo que se ha reflejado
en las nuevas tecnologías militares que ha desarrollado para incrementar su capacidad
destructiva y eficacia en el combate. Por esta razón lo militar siempre ha estado
unido al desarrollo de la tecnología punta. En segundo lugar, es importante
destacar que la innovación tecnológica del ejército también ha encontrado
su aplicación en el terreno civil, de forma que muchas de las creaciones
que corrieron a cargo de los ejércitos encontraron su salida en la vida civil.
Camiones, radio, trenes, telefonía, Internet, etc., son un claro ejemplo,
a lo que habría que sumar avances en el terreno médico como las vacunas,
material sanitario, etc. Un ejemplo reciente es el caso de la telefonía móvil
de última generación, como son los teléfonos móviles inteligentes, que tienen
su origen en la industria aeroespacial y en las inversiones del Pentágono.
Asimismo, unido a la necesidad de aumentar la producción se desarrollaron
máquinas y procesos automatizados dirigidos a abastecer masivamente a los grandes
ejércitos modernos. Mazzucato, Marina, El Estado emprendedor, Barcelona, RBA, 2014.
Headrick, Daniel R., Los instrumentos del imperio. Tecnología e imperialismo
europeo en el siglo XIX, Madrid, Alianza, 1989. Ídem, El poder y el imperio.
La tecnología y el imperialismo de 1400 a la actualidad, Barcelona, Crítica, 2001.
McNeill, William H., La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y
sociedad desde el 1000 d. C., Madrid, Siglo XXI, 1988. Una investigación que
muestra con bastante claridad que históricamente el desarrollo científico-tecnológico
ha servido para satisfacer las ansias de poder y de dominación de las élites
es la de Jacques Blamont, físico que estuvo involucrado en la creación del
complejo militar-industrial francés tras la Segunda Guerra Mundial y en la
industria aeroespacial.
Blamont, Jacques, Le chiffre et le songe, histoire politique de la découverte,
París, Odile Jacob, 1993.
Por otro lado, tampoco hay que olvidar el papel que históricamente la intelectualidad,
especialmente científicos y otros especialistas, ha desempeñado en el desarrollo
de la tecnología militar, lo que en el contexto europeo se vio reforzado
por la existencia de universidades desde la Baja Edad Media que en la práctica
operaron como materia gris para la aplicación del conocimiento al ámbito militar.
Estos son los casos de personajes ilustres como Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel.
Sobre este aspecto de la innovación tecnológica militar puede encontrarse información
en Andrade, Antonio, La edad de la pólvora. Las armas de fuego en la historia
del mundo, Barcelona, Crítica, 2017.
Otro autor que pone de relieve la importancia
decisiva de los ejércitos y la guerra, y en general las rivalidades geopolíticas
entre Estados, en el progreso científico y tecnológico es David Cosandey.
La diferencia con respecto a otros autores es la relación que establece entre
medio geográfico, sistema de Estados, guerra y desarrollo tecnocientífico.
Cosandey, David, Le secret de l’Occident: Du miracle passé au marasme présent,
París, Arléa, 1997.
Aunque algunos de los desarrollos tecnológicas producto de la guerra
y del militarismo pueden tener ciertos aspectos positivos, la cuestión
de fondo es que fueron generados para satisfacer las necesidades de los
ejércitos y del sistema de dominación al que dieron lugar, por lo que
los aspectos positivos que eventualmente puedan tener para la población
son del todo colaterales y de ninguna manera su principal finalidad.
Al fin y al cabo es sabido que las fábricas de tractores y coches pueden
ser fácilmente reconvertidas en fábricas de tanques, las industrias de
fertilizantes en caso de guerra son rápidamente transformadas en fábricas
de explosivos, la industria farmacéutica es muy funcional para la
fabricación de armas químicas y bacteriológicas, y así sucesivamente.
Algunas reflexiones de interés sobre la relación entre la tecnología y
lo militar pueden encontrarse en Rodrigo Mora, Félix, Seis estudios.
Sobre política, historia, tecnología, universidad, ética y pedagogía,
Editorial Brulot, 2010. Acerca de los efectos que el mundo técnico
actual tiene sobre el individuo es recomendable la lectura de
Ellul, Jacques, La edad de la técnica, Barcelona, Octaedro, 2003
[6] Hoffman, Philip T., “Prices, the Military Revolution, and Western Europe’s Comparative Advantage in Violence” en Asia in The Great Divergence Vol. 64, Nº S1, 2011, pp. 39-59. Ídem, “Why is It that Europeans Ended Up Conquering the Rest of the Globe? Prices, the Military Revolution, and Western Europe’s Comparative Advantage in Violence” 23 de octubre de 2006, p. 10. http://www.riseofthewest.net/dc/dc2...
[7] El primer banco central fue el de Suecia, fundado en 1668. Sin embargo, este modelo de banco central fracasó al basar el respaldo de su crédito en los bienes de la corona. El primer banco central de éxito fue el de Inglaterra fundado en 1694, y siguió el modelo de deuda pública que previamente se había desarrollado en los Países Bajos. Hasta entonces había prevalecido una política mercantilista de atesoramiento de metales preciosos, como oro y plata, en tiempos de paz para disponer de una reserva lo suficientemente grande con la que en caso de guerra poder respaldar el gasto de las campañas militares. Pero esta práctica no se adaptaba a una economía cada vez más comercial para hacer frente a los esfuerzos de guerra. Recordar que el Banco de Inglaterra fue fundado durante la guerra que este país mantenía con la Francia de Luis XIV, de modo que fue decisivo para vencer en dicha contienda. Dickson, Peter G. M., The Financial Revolution in England: A Study in the Development of Public Credit 1688-1756, Londres, S. Martin’s Press, 1967
[8] La cita textual de Tilly es la siguiente: “War made the state, and the state made war”. Tilly, Charles, “Reflections on the...”, Op. Cit., N. 1, p. 42. Otro autor que puso de manifiesto sin ambages de ningún tipo que el origen del Estado es la guerra, y que en su comienzo fue una organización militar, es Otto Hintze. Recomendamos la lectura de Hintze, Otto, “Organización Militar y Organización del Estado” en Revista Académica de Relaciones Internacionales Nº 5, 2007 (https://revistas.uam.es/index.php/r...). De hecho, los Estados, hasta bien entrado el s. XX, fueron fundamentalmente organizaciones militares si nos atenemos al gasto presupuestario, de forma que muy tardíamente desarrollaron su dimensión civil en el terreno de los servicios. Los datos que muestran esta realidad son claros y abundantes, del mismo modo que la bibliografía que analiza esta dimensión del Estado es abrumadora. Aquí apuntamos una interesante síntesis recogida en Mann, Michael, Las fuentes del poder social, Madrid, Alianza, 1991, Vol. 1, pp. 590-617. En esta misma línea de investigación, en la que la guerra es la que origina el Estado, encontramos una abundante bibliografía, por lo que aquí sólo destacaremos algunas obras para quien quiera profundizar en esta cuestión. Rasler, Karen A. y William R. Thompson, War and State Making: The Shaping of the Global Powers, Londres, Unwin Hyman, 1989. Ídem, “War Making and the State Making: Governmental Expenditures, Tax Revenues, and Global Wars” en American Political Science Review Vol. 79, Nº 2, 1985, pp. 491-507. Porter, Bruce, War and the Rise of the State: The Military Foundations of Modern Politics, Nueva York, The Free Press, 1994. Hintze, Otto, Historia de las formas políticas, Madrid, Revista de Occidente, 1968. Rodrigo Mora, Félix, La democracia y el triunfo del Estado, Morata de Tajuña, Editorial Manuscritos, 2011
[9] Kennedy, Paul, Auge y caída de las grandes potencias, Barcelona, Debolsillo, 2013. Otro autor que se muestra coincidente con Kennedy en algunos puntos de su explicación es Philip Hoffman, quien afirmó que las probabilidades de ganar una guerra dependen del gasto militar, con lo que a más gasto mayores probabilidades de victoria. Así, la victoria en la guerra depende de los recursos que cada oponente puede reunir, sin olvidar tampoco los correspondientes costes políticos que entraña. Hoffman, Philip T., ¿Por qué Europa conquistó el mundo?, Barcelona, Crítica, 2016, p. 35. Este autor se basó, a su vez, en lo recogido en una investigación acerca del gasto militar y los conflictos en Garfinkel, Michelle R. y Stergios Skaperdas, “Economics of Conflict: An Overview” en Sandler, Tod y Keith Hartley (eds.), Handbook of Defense Economics, Ámsterdam, Elsevier, 2007, Vol. 2, pp. 649-709
[10] Otro autor que desentraña la íntima relación entre capitalismo y militarismo es Michael Mann, quien hizo un interesante análisis a partir del enfoque basado en las rivalidades geopolíticas-militares de los Estados, al mismo tiempo que señaló las incongruencias del marxismo acerca de esta cuestión, así como la inconsistencia de la teoría de los liberales acerca de la existencia de un capitalismo pacífico. Mann, Michael, “Capitalism and Militarism” en Mann, Michael, States, War and Capitalism, Oxford, Basil Blackwell, 1988, pp. 124-145
[11] Sobre el papel de la economía en el sistema de dominación estatal y su papel instrumental al servicio de los fines del Estado consultar: “Liberalismo y marxismo: dos caras de la misma moneda” https://www.portaloaca.com/articulo...
[12] Gilpin, Robert, War and Change in World Politics, Cambridge, Cambridge University Press, 1981. Waltz, Kenneth, “Globalization and American Power” en The National Interest verano, 2000, pp. 46-56. En la misma línea que estos autores se manifestó John Mearsheimer desde el denominado realismo ofensivo, al señalar la existencia de dos tipos de poder en un Estado: el poder latente y el poder militar. Así, el poder latente lo constituye la riqueza de un Estado y el tamaño de su población, es decir, los recursos socioeconómicos sobre los que es construido el poder militar. Mearsheimer, John J., The Tragedy of Great Power Politics, Nueva York, W. W. Norton, 2014, pp. 55-82. Otro autor que también desde una perspectiva realista afirma que la riqueza de un Estado es aquella sobre la que es construido el poder militar es Fareed Zakaria, quien analizó las razones por las que EEUU llegó a convertirse en una potencia mundial. Zakaria, Fareed, De la riqueza al poder. Los orígenes del liderazgo mundial de Estados Unidos, Barcelona, Gedisa, 2000
[13] https://militarybenefits.info/2019-... Conviene decir que la aprobación del presupuesto del Pentágono para 2019 fue llevada a cabo con una gran celeridad en el Congreso que no se recordaba desde hacía al menos 40 años, gracias a un acuerdo entre los dos partidos, demócrata y republicano, que escenificaron la unidad que existe en el directorio político en torno a la misión de esta institución, y reflejaron al mismo tiempo la preeminencia que el ejército tiene en la escena política estadounidense. Para hacerse una idea de la dimensión del gasto militar y del militarismo en EEUU, los presupuestos generales del Estado español son aproximadamente la mitad de los del Pentágono. Por último, añadir que estos presupuestos militares significaron un incremento de la dotación con respecto a la que habían contado en años anteriores.
[14] Sobre la capacidad del Pentágono de intervenir en la vida económica, política y social de EEUU cabe recomendar la lectura de una obra sociológica brillante e ilustrativa como Mills, Charles W., La elite del poder, México, Fondo de Cultura Económica, 1957, pp. 166-213
[15] La militarización no sólo de la economía sino del conjunto de la sociedad constituye una tendencia histórica que está inscrita en el proceso de construcción del Estado moderno. Ya a principios del s. XX, con motivo de la Primera Guerra Mundial, comenzó a hablarse de la movilización total, idea que apareció en Alemania fruto de la experiencia que supuso la guerra industrial, y que hacía referencia al incremento máximo de la capacidad de movilización de recursos de los Estados por influjo de la combinación de la técnica y de la guerra. Ernst Jünger fue quien desarrolló este concepto ampliamente al identificar la figura del trabajador con la del soldado en el marco del Estado total. Jünger, Ernst, El trabajador. Dominio y figura, Barcelona, Tusquets, 2003. Ídem, Sobre el dolor seguido de La movilización total y Fuego y movimiento, Barcelona, Tusquets, 1995. Ver también otra obra más temprana en la que la idea de movilización total apareció con bastante claridad: Ídem, Tempestades de acero, Barcelona, Tusquets, 2005. Dicho todo esto nos encontramos con que la modernización del Estado ha sido impulsada por el militarismo, y ha desarrollado la militarización de la sociedad al organizarla por y para la guerra, tal y como hoy ocurre en EEUU, lo que ha hecho que la guerra se desarrolle en dos frentes diferentes pero íntimamente unidos: el frente de la producción económica y el frente del campo de batalla, donde el primero hace posible el segundo mientras el segundo impulsa el desarrollo del primero.
[16] Una investigación de carácter histórico y de obligada lectura que aborda el peso político del Pentágono en la política estadounidense es la de Carroll, James, La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda, Barcelona, Crítica, 2007
[17] Desgraciadamente parece que existe mucha más honestidad intelectual entre algunos militaristas que entre los elucubradores de ideologías de toda laya. En lo que a esto respecta cabe destacar que Heinrich von Treitschke afirmó que mientras existan Estados continuarán produciéndose guerras. Textualmente dijo lo siguiente: “War, therefore, will endure to the end of history, as long as there is multiplicity of States”. Treitschke, Heinrich von, Politics, Nueva York, Macmillan, 1916, Vol. 1, p. 65
[18] Esto es consecuencia del poder que concentra el ejército y que hace que las decisiones cruciales sean tomadas por los altos mandos militares. Pues, como decíamos antes, EEUU es un país muy militarizado, no sólo por la acción del Pentágono sino también por la existencia de ejércitos de los Estados. Así, nos encontramos con la Guardia Nacional, por un lado, y por otro lado con las fuerzas armadas de los Estados que están exclusivamente bajo el control de los gobernadores. En cualquier caso su impacto económico es mucho más limitado que el del Pentágono, sobre todo al no estar activas en todos los Estados, y al ser en la práctica una especie de ejércitos de reserva. Al margen de esto, para comprender el peso político que el ejército y, en general, el complejo de seguridad nacional organizado en torno al Pentágono tiene, unido al papel desempeñado por las agencias de seguridad como los servicios de espionaje, el cuerpo diplomático, etc., es recomendable y necesaria la lectura de una investigación que deja bien claro que quienes toman las decisiones importantes en este país es la burocracia del entramado de seguridad nacional estadounidense, es decir, los altos mandos militares en coalición con los jefes de las agencias de espionaje, las agencias policiales, el departamento de Estado, etc., de forma que las instituciones formales establecidas en la constitución tan sólo son una pantalla que oculta esta realidad. Glennon, Michael J., National Security and Double Government, Nueva York, Oxford University Press, 2015. Lo que ocurre en EEUU no es nuevo, sobre todo si tenemos en cuenta que forma parte del proceso histórico de construcción del Estado moderno, en el que el militarismo constituye un elemento central y decisivo del mismo. Esto ya fue destacado por el periodista francés Joseph Fiévée a principios del s. XIX al hacer referencia al cambio en el lenguaje. Prueba de esto es que antes, en tiempos de paz, se llamaba a los ejércitos fuerzas militares, y sólo se hablaba de ejércitos en tiempos de guerra. Este cambio fue generalizado por la revolución francesa, y más concretamente por Napoleón, lo que era el reflejo de la militarización en curso de la sociedad al haber sido llevada a un estado de guerra permanente. “On disoit autrefois les forces militaires de la France, de la Russie, de l’Espagne, de l’Autriche, de la Prusse, pour désigner la troupe de ligne que chacune de ces nations tenoit sous les armes en temps de paix; et le mot armée ne s’employoit jamais qu’en temps de guerre, et pour la partie qui se battoit; encore chaque armée prenoitelle un nom distinct, soit du pays auquel s’appliquoient plus particulièrement ses opérations, soit du chef qui la commandoit. Ce n’est certainement que depuis Buonaparte qu’on a appelé collectivement, en temps de paix comme en temps de guerre, les forces militaires de la France, l’armée; et cet exemple paroît avoir été suivi par toute l’Europe. On plaide aujourd’hui pour l’armée, on parle à l’armée, on fait parler l’armée”. Fiévée, Joseph, Correspondance politique et administrative, París, Le Normant, 1816, Vol. 1, p. 99. Más información sobre esta cuestión puede encontrarse en Jouvenel, Bertrand de, Los orígenes del Estado moderno. Historia de las ideas políticas en el siglo XIX, Toledo, Editorial Magisterio, 1977, pp. 162-173
[19] Es mucho lo que se ha discutido sobre esta cuestión. Lo cierto es que independientemente de los fines que eventualmente un Estado pueda asumir en su política internacional tenderá a aumentar su poder a nivel inmediato para alcanzarlos. “Cualesquiera que sean los fines últimos de la política internacional, el poder es siempre el fin inmediato”. Morgenthau, Hans J., La lucha por el poder y la paz, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1963, p. 43. Al fin y al cabo esto obedece a la naturaleza del Estado como institución cuya principal actividad es el poder y su maximización. Tal y como señaló el politólogo sueco Rudolf Kjellén, “el Estado no se ocupa de sus varias actividades (educación, obra social, etc.), con propósitos éticos o por el interés de sus ciudadanos, sino en su propio beneficio para fortalecerse interior y exteriormente, para tener poder”. Citado en Atencio, Jorge E., Qué es la geopolítica, Buenos Aires, Editorial Pleamar, 1986, pp. 110-111. Una investigación que aborda pormenorizadamente la naturaleza del Estado como institución de poder y para el poder es Jouvenel, Bertrand de, Sobre el poder. Historia natural de su crecimiento, Madrid, Unión Editorial, 2011. Por otra parte no hay que olvidar que la naturaleza del poder es la dominación, pero esta presenta múltiples facetas debido a que la complejidad de la condición humana exige que, para el completo sometimiento del individuo a un sistema de mando total, sean utilizados instrumentos heterogéneos de sumisión. Debido a esto nos encontramos con diferentes poderes como el político (que se divide en ejecutivo, legislativo y judicial), el militar, el ideológico, el tecnológico, el económico, etc. Algunas observaciones de interés sobre esta cuestión pueden encontrarse en Bobbio, Norberto, Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, pp. 104-116. Rodrigo Mora, Félix, Seis estudios. Sobre..., Op. Cit., N. 5, pp. 249-250
[20] Esto ya fue dicho por el revolucionario ruso Mijail Bakunin, quien afirmó lo siguiente: “El Estado moderno es necesariamente, por su esencia y su objetivo, un Estado militar; por su parte, el Estado militar se convierte también, necesariamente, en un Estado conquistador; porque si no conquista él, será conquistado, por la simple razón de que donde reina la fuerza no puede pasarse sin que esa fuerza obre y se muestre”. Bakunin, Mijail A., Estatismo y anarquía, Barcelona, Folio, 2002, p. 52.
Fuente: https://www.portaloaca.com/historia...
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Publicado: Lunes, 04 Febrero 2019 19:17 | Por: Esteban Vidal | Imprimir | Correo electrónico | Visitas: 8040
Portal Libertario Oaca: “El anarquismo es como un diamante”
Entrevista de Jorge A. Jérez para Rojo y Negro Nr.253, de enero 2012,
a Antonio y Miguel, administradores del Portal Libertario Oaca.
Una web donde, en palabras de Antonio, “encontraremos variedad de artículos,
música, documentales, historia...”. Sin duda, una oferta de documentos plural
y rigurosa con la que contrastar la información de los mass media, como un
trampolín hacia las distintas perspectivas libertarias.
Jorge A. Jerez (Enviado por redaccion ryn el Sáb, 21/01/2012-19:45):
¿Qué es el portal libertario OACA?
Miguel Angel (MA): En el portal libertario OACA intentamos difundir las ideas del anarquismo. es una manera de poner a disposición de todo el mundo a través de internet una librería anarquista y revolucionaria así como las ideas que tenemos de antiestatismo, de la situación de los trabajadores, de la mujer. Intentamos poner nuestro grano de arena en esta lucha con tantas dimensiones; son importantes tanto los aspectos culturales como por supuesto de lucha directa…
En el 2011 ha sido el X Aniversario del portal, ¿podríais hacernos un resumen de la trayectoria e historia del mismo?
Antonio (A): Esto nació cuando estábamos en el instituto. En aquella época el portal que habíamos hecho era una página muy básica. Poco a poco fue evolucionando. Hasta que no llegó la web 2.0 que agilizaba todo el trámite y que permitía a la gente enviar sus aportaciones, hubo épocas en que no podíamos dedicar tiempo al portal. En agosto de 2010 empezamos de nuevo, ésta vez enfocándolo a la web 2.0, intentado que no fuesen sólo nuestras ideas. Eso ha servido para que la vida del portal sea mucho más dinámica, mucho más activa y refleje también un modo de pensar un poco más amplio. Actualmente prácticamente todas las noticias son escritas por colaboradores o bien llegan a través de las redes sociales. Tenemos una media de 1200 visitas únicas con unas 2500 páginas vistas al día.
¿Qué tipo de actividades u ofertas ha habido con motivo de este X Aniversario?
MA: Decidimos hacer entrevistas sobre “el anarquismo en la sociedad actual”, a diversas personas del ámbito libertario. Entre los entrevistados encontramos a Erick Benítez, Octavio Alberola, Frank Mintz, Vicente Ruíz, el Secretario General de Solidaridad Obrera, el Secretario General de la CGT, el Secretario General de la CNT, el Secretario General de la FORA, Nelson Méndez de Venezuela, Rafael Uzcategui de “El libertario” de Venezuela, Gustavo Rodríguez de Cruz Negra Anarquista… Nos ha servido para aportar esa visión de qué debe significar el anarquismo hoy, qué propuestas tiene… en eso es en lo que se ha centrado el X Aniversario junto con la renovación del propio portal, además de otras cosas más anecdóticas como un poema de Benito Gallardo que incluimos porque nos encantó.
En relación con estas entrevistas en las que habéis revisado el estado actual del anarquismo, ¿qué conclusiones podemos sacar a grandes rasgos?
A: Una de las cosas que he sacado en claro es que realmente no podemos definir el anarquismo como una línea recta en la que todos debemos posicionarnos, sino que es como un diamante: tiene múltiples caras y se puede ver desde distintas perspectivas y no deja de ser nunca anarquismo. Podemos siempre ver una cara nueva que nos aporta mucho y nos permite avanzar dentro del campo de las ideas y también dentro del campo de la situación porque son gente que no sólo se ha quedado eso en el tema de la filosofía, sino que son compañeros que han estado en los sindicatos, compañeros que han estado sufriendo exilios... Todo eso nos aporta también una visión teórica y práctica de lo que es el anarquismo.
MA: Me quedo precisamente con la moraleja que queríamos expresar desde el principio, que es que el anarquismo está vivo y tiene propuestas, está presente por mucho que lo quieran enterrar o mucho que lo hayan dado por muerto en tantas y tantas ocasiones. Sigue vivo, hay muchas personas muy válidas luchando, enarbolando la bandera negra o rojinegra. A pesar de la diversidad, que es mucha, quien lea estas 18 entrevistas llegará a la conclusión de que hay muchos aspectos que son comunes, como es lógico, porque realmente lo que nos une a los anarquistas es nuestra ansia de libertad; esta ansia de libertad se puede oler y tocar en toda la gente.
¿Qué actitud pensáis que debe adoptar el anarquismo ante la convulsa coyuntura actual?
MA: El anarquismo primero no debe perder su identidad. Los anarquistas tienen que saber, tenemos que tener claro qué nos diferencia de otras ideologías, debe oponerse de frente a la pseudodemocracia representativa que tenemos en este caso en el estado español, sin ningún tipo de dudas. Desde ahí intentar, desde la universidad, el trabajo, las fábricas, la cultura, los medios de comunicación como intentamos hacer nosotros; desde todos los ámbitos, difundir y poner en práctica lo que son la autogestión, el asamblearismo y la acción directa, todo lo que ha definido siempre a lo que es el movimiento libertario.
A: Tenemos que llevar la idea libertaria no sólo al aspecto de la cultura, de la filosofía, sino llevarlos al movimiento obrero porque realmente es la clase obrera la que tiene que dar el golpe encima de la mesa, la que tiene que elevar su nivel de conciencia y es la clase obrera la que llegado el momento barrerá al Estado y podrá poner fin a los años y años de opresión del hombre por el hombre. Aquí no hay líderes, no hay salvapatrias que nos vayan a llevar hacia delante sino que la clase obrera es la que tiene que poner en marcha la revolución.
¿Qué papel creéis que juegan las nuevas tecnologías o el concepto de web 2.0 en cuanto a la difusión de las ideas libertarias?
A: Para la contrainformación, es fundamental. Pero también lo es la aportación directa de cada persona por facebook, twitter y demás redes, ya que las fuentes que tiene cada uno son muchas y te enteras de cosas que si las compartes pueden en poco tiempo expandirse. Poniendo cada uno nuestro granito de arena, esa construcción conjunta del conocimiento que ofrece la web 2.0 en la actualidad es lo que marca la diferencia. La posibilidad de expandir o de difundir el pensamiento libertario…
MA: También, como hemos visto en el norte de África, el tema de las nuevas tecnologías y la web 2.0, permite a la gente organizarse de una manera bastante horizontal sin tener que pasar a través de otras estructuras, a través de redes sociales uno puede mantenerse informado e informar a los otros de qué está sucediendo.
Es de sobra conocido el desprestigio social que tiene hoy en día el sindicalismo. ¿Qué pasos creéis que deberían dar los sindicatos libertarios para recuperar el peso social que tenían tiempo atrás?
MA: Nos encontramos casos como el de CCOO y UGT, que realmente el papel que juegan es el de tapón de las inquietudes y de la reivindicación de los trabajadores. De hecho, por ejemplo, desde mi punto de vista movimientos como el 15M han surgido porque tanto por parte de los sindicatos mayoritarios, como también, haciendo un poco de autocrítica de los anarcosindicatos, no hemos sabido recoger ese tipo de inquietud y se han organizado las cosas de una manera un poco infundada y un tanto más espontánea. Una labor fundamental que tenemos que hacer, siendo críticos, es que no podemos quedarnos aislados de los trabajadores. Nuestro cometido fundamental es incidir en la clase trabajadora y desde ella crecer también nosotros mismos.
A: En el caso de los sindicatos libertarios el camino está claro: Huelga General. La huelga general es la herramienta fundamental de los trabajadores para presionar al sistema capitalista, parar la producción y que sean los poderosos quienes sufran las consecuencias de la crisis. Siempre teniendo en consideración que nuestro fin y todo nuestro esfuerzo debe estar orientado hacia la desaparición del Estado.
Una pregunta tan simple como compleja… ¿por qué anarquismo?
MA: Mi primer contacto con la ideología política fue con el comunismo y hay muchos compañeros que dentro de las filas del comunismo también persiguen la emancipación de la clase trabajadora; sin embargo, debemos dirigir la mira un poco más lejos y tenemos que poner el acento en la destrucción del Estado porque lo que no podemos hacer, es promover una revolución para que se vuelva a convertir en autocracia y vuelva a haber gente sufriendo. Mi idea del anarquismo es la búsqueda de la libertad, y esa libertad pasa por eliminar cualquier tipo de estructura que coaccione o coarte la vida de las personas. El anarquismo en ese sentido nos muestra el objetivo último, tiene diferentes caminos pero nos dice dónde tenemos que poner ese acento que creo que es lo que nos separa de otras ideologías.
A: Voy a utilizar una cita, que dice algo así como que el anarquismo es la expresión más alta y pura de la relación humana contra la opresión política, económica y moral; creemos que es la evolución más alta a la que puede aspirar el ser humano en organización, racionalidad, etc..
¿Queréis añadir algo más?
Agradecer el interés al Rojo y Negro y sobretodo a los colaboradores de la página, los verdaderos protagonistas del portal.
Entrevista por Jorge A. Jerez, Publicada en Rojo y Negro, Nr 253, enero 2012.
(Interview by Jorge A. Jerez, Red and Black magazine, issue nr.253, Jan 2012)