English

Accueil

Une citation du Le Secret de l'Occident (2007) par Evelyne Lopez Campillo, de l'Univ de la Sorbonne (Paris IV), dans un article intitulé "A propos du chauvinisme européen". (Raccourci). Bien que partisane de l'hypothèse religieuse pour expliquer le miracle européen, la chercheuse présente ma théorie, brièvement mais aimablement, lui offrant sa toute première présentation en espagnol.
Evelyne López Campillo, "En Torno al Casticismo de Europa", dans la revue "Mediterraneo Economia", numéro 14 intitulé "Modernidad, crisis y globalización: problemas de política y cultura", dirigé par Víctor Pérez-Díaz, éditions Cajamar Caja Rural, décembre 2008, p.41-42).

Le titre de cet article se réfère au livre de l'écrivain espagnol Miguel de Unamuno y Jugo "En torno al casticismo de Espana". Traduit en français comme "L'Essence de l'Espagne", ce titre signifie littéralement "A propos du noblisme/purisme/exclusivisme espagnol". Le casticismo est le mouvement puriste qui s'est opposé en Espagne, aux XVIIIe et XIXe siècles, à l'influence de plus en plus écrasante du reste de l'Europe, plus avancée technologiquement, en affirmant l'exception culturelle espagnole.
Article paru dans la revue "Mediterraneo Economia", financée par la Fondation Cajamar. La Fondation Cajamar a pour but de "faire avancer la connaissance et de la mettre au service de la société". Elle a été mise sur pied en 2006 par Juan del Águila Molina, créateur de la banque Cajamar Caja Rural.


Copie de sûreté: août 2010. Document PDF. Source.
Théorie du miracle européen
Cosandey







EN TORNO AL CASTICISMO DE EUROPA
Evelyne López Campillo *

* Universidad de La Sorbona (París IV).


   

RESUMEN
En este artículo se intenta explicar cómo se han formado en Europa, en la práctica de la religión cristiana, unas mentalidades propensas al cultivo de la razón y del individualismo, bases de las Luces, de la secularización y de la democracia actual. Entre otras cosas, la evolución del culto a la Virgen, los monasterios, las catedrales, el personaje del Mago, la Compañía de los Santos, las peregrinaciones, las heterodoxias, etc… son elementos de un imaginario cristiano que ha modelado Europa a lo largo de estos últimos veinte siglos, contribuyendo a elevar el nivel espiritual y racional de la población.

   
ABSTRACT
The aim of this article is to explain how some mentalities which fostered to the cultivation of reason and individualism (the basis of the Enlightenment, the secularisation and the current democracy), have been formed in Europe, in the practice of the Christian religion. Among other things, the evolution of the worship to the Virgin, the monasteries, the cathedrals, the Wizard, the Company of the Saints, the pilgrimages, the heterodoxies, etc…, all are elements of a Christian imaginary that has given shape to Europe all along the last twenty centuries and has contributed to raise the spiritual and rational level of the population at large.
   

41

1. Introducción

       «Por cualquier lado que se penetre en la Península Ibérica, el terreno empieza al poco trecho a mostrarse accidentado…». La fórmula que empleaba Unamuno para empezar su ensayo sobre el casticismo castellano, bien podría convenir, metafóricamente, a todo intento de definición de lo que es Europa. Hasta hoy es abundante la bibliografía sobre las razones del desarrollo extraordinario del Occidente europeo y su relativo marasmo actual.

       Una parte de ésta se dedica a buscar las causas, «el secreto», de su éxito científico y económico. La síntesis de Cosandey (2007; su primera publicación es de 1997 en Arlea), tiene el mérito de invertir el razonamiento de los partidarios de la tesis según la cual la religión cristiana está en la base del desarrollo social y científico del mundo europeo. Sin anular completamente la teoría religiosa, el autor da su preferencia a dos factores en el desarrollo tecno-científico de Europa: la división política estable y la prosperidad económica, ésta última asentada sobre una importancia cada vez mayor del transporte marítimo, que es más barato y más libre (Japón y China han aprendido la lección). También alude a la necesidad de evitar el despotismo. Cosandey se muestra en esto como un digno continuador de Montesquieu, quien, ya en 1748, en L´Esprit des Lois, indicaba cómo China no progresaba en las ciencias por la dificultad en ese país de resistir a la opinión dominante (del Emperador o de Confucio). La decadencia económica y científica del Islam, según Cosandey, se explica también por la hipótesis talasográfica: la suerte del porvenir mundial del Islam se ha determinado cuando ha perdido el Mediterráneo (Braudel), a pesar de su excelente posición central, en el cruce de las grandes civilizaciones y las grandes rutas comerciales.




42

    Cosandey reduce al mínimo la influencia positiva de la religión cristiana: en su óptica, el policentrismo político estable y la hipótesis talasográfica fueron los motores del desarrollo de Europa, casi se podría decir que «a pesar de» una religión poco afecta al capitalismo, a la búsqueda de la verdad científica o al cultivo de la libertad individual.


    Oponiéndose casi diametralmente a estas teorías, Rodney Stark publica en 2005 El triunfo de la razón. Por qué el éxito del modelo occidental es el fruto del cristianismo. La causa básica, según él, del desarrollo capitalista (y por ende del desarrollo económico y social de Europa) sería la extraordinaria «fe» del Occidente en la «razón». Contrariamente a lo que comúnmente se cree, el cultivo de la razón, y la cosecha de los frutos de éste, se practica en Europa mucho antes del Renacimiento: más aún, la tesis de Rodney Stark es que esta tendencia es «inherente al cristianismo mismo». Únicamente, según él, el cristianismo, entre las grandes religiones, ha puesto el acento sobre la «razón» y la «lógica» como guías principales de la verdad religiosa.

       Desde el principio del cristianismo, los Padres de la Iglesia han enseñado que la «razón» era el don supremo de Dios:

«Fomentada por los escolásticos y practicada por las grandes universidades medievales fundadas por la Iglesia, la fe en el valor del razonamiento ha impregnado la cultura occidental, estimulando el estudio de la ciencia y la evolución de la teoría y la práctica democráticas. El desarrollo del capitalismo representó también la victoria de una razón inspirada por la Iglesia, en la medida en que el capitalismo es por esencia la aplicación sistemática y continua de la razón al comercio, práctica que nació en el seno de los grandes dominios monásticos» (Stark, 2005).

       Así pues, contrariamente a lo que solían opinar los intelectuales occidentales, el éxito de Occidente, incluido el auge de la ciencia, procedería de los fundamentos religiosos cristianos. Max Weber, al principio del siglo XX en su famoso estudio La ética protestante y el espíritu del capitalismo, estima que es gracias a las ideas protestantes (restringir el consumo personal y desarrollar la riqueza, o sea ascetismo del empresario y reinversión de los beneficio) como el Occidente ha encontrado la clave del capitalismo, y por ende, repetimos, el éxito económico, social y cultural. En cambio, Rodney Stark estima que, mil años antes de la Reforma, el cristianismo ha fomentado una teología racional, ha desarrollado teorías sobre la naturaleza de la igualdad y los derechos de los individuos. Las pretendidas «tinieblas de la Edad Media» fueron, en realidad, una época (desde el final del Imperio romano hasta 1400), en que los progresos tecnológicos y económicos -«capitalistas»- se realizaron en simbiosis con una toma de posición cristiana en favor del progreso. El ascetismo fue derrotado por unos teólogos cristianos que se declararon partidarios de la propiedad privada y de la búsqueda del beneficio: en efecto, en los grandes dominios monásticos habían ido apareciendo actividades de producción y de intercambio cuyo estatus moral fue pareciendo como perfectamente admisible a ciertos teólogos cristianos, y éstos se dedicaron entonces a una revisión de una teología considerada en adelante como inadecuada.




43

       La religión cristiana (catolicismo y protestantismo) se mostraría así más flexible, abierta, más «porosa», más capaz no sólo de adaptarse sino también de fomentar ciertas actividades, actitudes, mentalidades, que han permitido la construcción, en Occidente, de unos valores «democráticos » (igualdad, libertad, solidaridad) reclamados aún hoy por la Europa actual.

       Por cierto, este proceso «alquímico» es lo que se ve en acción, por ejemplo, en el análisis que Benedetta Craveri dedica a la Cultura de la conversación (2007). La autora (nieta de Benedetto Croce) pone de relieve, entre otras cosas, cómo en la «compañía de los salones», desde principios del siglo XVII, entre el ámbito de la moral religiosa imperante, la opresión aristocrática y la sumisión a las reglas políticas de la monarquía, se fue creando un espacio de «civilidad», de inteligencia, de diversión, que la autora llama «la masificación del placer»: en este «espacio protegido», en este «germen de sociedad civil», las mujeres, alentadas por sus «confesores», llevaron la voz cantante, permitiendo a la represión y la sublimación «otrora religiosa» compensarse por la erotización de las relaciones cotidianas, de la conversación, del intercambio epistolar y dar lugar a lo que se llamó l´honnêteté.

       El papel de los teólogos católicos o confesores de las señoras de la nobleza fue fundamental para permitir esta nueva «civilidad»: la Introducción a la vida devota, de Saint-François de Sales, a principios del siglo XVII, se proponía convertir incluso la politesse en un arte cristiano (op. cit., p. 39). El libro de Benedetta Craveri da pistas para definir en qué consistió ese eslabón perdido en la construcción de la laicización y de la descristianización que se expresaron luego abiertamente en las Luces y en la Enciclopedia.

       Para glosar esta especial influencia de lo cristiano/católico en la formación de las mentalidades europeas, haremos hincapié en algunos hitos, escogidos de entre otros muchos, etapas de un proceso que está aún sin acabar.



2. María: el retorno de la Diosa (y María Magdalena)

       Desde hace aproximadamente 20.000 años, se han labrado figuras femeninas grávidas, de piedra o hueso, nombradas «ídolos de fertilidad» o «Venus» en un intento de quitarles su significado religioso. Es preciso aceptar la idea de que, en todas las culturas, simples o complejas, hallamos una experiencia de dimensiones sagradas. Esto sugiere que lo sagrado no es una «etapa» en la historia de la conciencia, sino un elemento de la «estructura» de la conciencia que pertenece a todos los pueblos de todas la épocas. La más antigua de las esculturas de diosas (encontrada en Brassempouy, en las Landas, Francia) data de 220 siglos antes de Cristo.

       Desde entonces, lo sagrado femenino ha atravesado diferentes etapas, resumidas en la síntesis de Baring y Cashford (2005) en 14 principales momentos, entre los cuales destacan:




44

       1. La diosa-madre paleolítica; 2. La gran diosa neolítica del cielo, de la tierra y de las aguas; 3. La diosa de la vida-muerte y regeneración de Creta; 4. La diosa-madre y su hijo-amante de la Edad del Bronce; 5. La diosa mesopotámica de las grandes alturas Inanna-Ishtar; 6. La Isis de Egipto, reina del cielo, la tierra y el inframundo; 7. La Tiamat de Babilonia (primera derrota de la diosa, pues hay transferencia de su poder de creación a un ser masculino a partir de 1250 antes de Cristo); 8. Las diosas de Grecia: Gea, Era, Artemis, Atenea; 9. En Grecia también: Afrodita, Deméter, Perséfona; 10. Cibeles: la gran diosa de Anatolia y Roma; 11. Ya en la Edad del Hierro, aparece el gran Dios padre: Yahvé-Elohim, que da comienzo al monoteismo masculino. Pero sigue existiendo en el Antiguo Testamento una «diosa oculta»; desde la conquista de Canaán hasta el exilio babilónico, siguió existiendo una diosa hebrea arraigada bajo diferentes formas en la vida del pueblo.

       Parece desvanecerse desde 400 antes de Cristo, y unos 1.500 años más tarde reaparece la imagen de la diosa en la literatura cabalística medieval de las comunidades judías de España y del Sur de Francia, como la Sekiná y la Matronit: intercesora entre la humanidad y la deidad, tiene un papel paralelo al de la María cristiana.

       El retorno de la figura femenina en el panteón cristiano, a un nivel de intercesora y redentora del «pecado de Eva», se produce ya desde el siglo IV. La creencia en una mujer «virgen y madre» (de Dios) se hace imprescindible en la teología cristiana –y especialmente en la católica–, no siendo esta aparente irracionalidad un obstáculo a su extensión en todo el ámbito católico, más bien al revés: al entroncar esta creencia con la religión céltica de una mayoría de la población, especialmente en Francia y España Centro y Noroeste. En la sociedad céltica, las mujeres podían ocupar funciones de dirección: unas llegaban a integrarse al parecer en la clase de los druidas, de los magos, o a ser reinas y guerreras, aparte de que en el panteón celta abundan las deidades femeninas (especialmente Brighid o Brigitt, mencionada por César como la Minerva gala, o también Belisama y Scatagh).

       Un estudio accesible y muy sintético de la permanencia del mito de la gran diosa es el de Jean Markale (1997).

       El culto a la Virgen María ha sido acaso el fenómeno más curioso registrado en la práctica del catolicismo, en Europa, África, América Latina, Asia, Oriente, Oceanía, pues ni en el cristianismo ortodoxo, ni en el protestante, se le otorgó una importancia semejante. En el Corán, María es virgen y madre «de Jesús, que no es Dios» y, por haberse entregado humildemente al Señor, se le considera como musulmana. Con Aisha, mujer predilecta de Mahoma, Khadiya (primera esposa del profeta) y Fátima (hija de Mahoma), María cuenta entre las cuatro mejores mujeres que hayan vivido jamás.





45

       «Nueva Eva», «Madre de Dios» (325), «Virginidad perpetua» (553): a partir del concilio de Éfeso (431), María adquiere la categoría «que sigue teniendo» de «mediadora», «hermana en la fe», «madre de los miembros»,… adquiriendo una dimensión salvífica cada vez mayor. Se dogmatiza la «Inmaculada Concepción» (sin pecado concebida) en 1854, y la «Asunción de María» a los cielos en 1950.

       A partir del siglo XI-XII, empieza la serie de «apariciones de la Virgen» que van a dar lugar muchas veces a la fundación de santuarios y peregrinaciones. Santuario de Nuestra Señora de Loreta (1194), Santuario de Guadalupe en Extremadura primero y luego en Méjico (1531). Santa María de Guadalupe es declarada patrona de América en 1910 por Pío X. Santuario de Monserrat, que tuvo como origen un conjunto de ermitas, luego un cenobio benedictino (siglo XI) y por fin una gran peregrinación; la celebración del milenio se da en 1881, pues una imagen de la Virgen fue al parecer encontrada allí en 881. Santuario de Nuria, también fundado a partir de una imagen de María encontrada allí en 1072: la Cofradía de Nuria fue coronada canónicamente en 1967. El Pilar de Zaragoza: la ciudad de Zaragoza escoge en 1640 la fecha de octubre (día en que Colón pisó por primera vez la tierra «americana», para la celebración de la Virgen aparecida a orillas del Ebro en tiempos «apostólicos»). Lourdes y Lisieux en Francia (donde la Virgen se apareció a unas muchachas en el siglo XIX) han dado lugar a la construcción de basílicas imponentes que acogen peregrinaciones sumamente importantes.

       En el siglo XIX y XX, las apariciones de la Virgen son más frecuentes: una especie de «ciclo» apunta incluso entre 1830 y 1933. En este lapso de tiempo, la Iglesia reconoció finalmente más o menos 15 apariciones mayores, entre las cuales evidentemente las de Lourdes (1858) y la de Fátima (1917), pero también la de Cerreto y Porzus en Italia, Philipsdorf en Bohemia, Giertrzwalde en Polonia, Knock en Irlanda, y Beauraing y Banneux en Bélgica.

       Es curioso observar cómo esta feminización creciente del panteón católico no procede de la iniciativa de la jerarquía de la Iglesia, sino que ésta procura encauzar y controlar una religiosidad mariana que irradia de los creyentes de base.

       Paralelo al culto de la Virgen María, ha nacido y se ha desarrollado el culto a María Magdalena, presentada en el catolicismo como una «pecadora redimida». Este culto ha dado lugar curiosamente a dos de las basílicas entre las más frecuentadas en Francia: la Basílica de Vézelay, románica, y la de Saint-Maximin la Sainte Baume. El personaje de María Magdalena propicia actualmente estudios heterodoxos que ponen de relieve su proximidad al Señor. Con este personaje, la feminización del panteón católico franquea otra etapa: está en marcha una revisión paulatina de lo «sagrado femenino» y es precisamente una religión monoteísta androcéntrica, pero «trinitaria», la que lo va permitiendo.




46

3. La Compañía de los Santos

       En todo el territorio de lo que era el Imperio Romano, se ha constituido, entre el siglo IV y el VI, una red tupida de lugares dedicados al culto de los numerosos santos que empezaron a ser conocidos o reconocidos desde que Constantino hizo del cristianismo la religión del Estado. Tumbas, reliquias, monumentos dedicados a santos y santas, a ermitaños, abades o abadesas, todo el espacio conocido se va cubriendo de puntos de referencia para el cristiano. Los traslados de reliquias, su instalación en las iglesias o basílicas, la gestión de estos santuarios, y de los bienes aportados por las donaciones a los santos, todo ello crea una actividad intensa que ocupa una parte importante del personal eclesial y de los fieles (especialmente en las obras de asistencia que se van creando en torno a los santuarios).

       Pero, hay algo tan importante o más que la ocupación del espacio, y más duradero por lo visto: los santos y santas van copando el «tiempo»: el «pasado», por el cultivo de la «memoria». Es en este momento (siglo IV), cuando se empieza a escribir vidas, pasiones, sermones o rezos de los santos, destinados a los fieles y a la posteridad. A partir del siglo V (460-470), estas memorias hagiográficas tienden algo más a servir causas locales, a menudo las de los «obispos » cuya autoridad se pone en cuestión.

       Esta «conquista del tiempo» va a reforzarse por la elaboración de los «calendarios» locales que fijan las fechas y las prácticas dedicadas a honrar a los santos de los diferentes lugares (así lo hace Perpetuus en Tours para que arraigue el culto de San Martín): en su libro La Résistance au Christianisme (1993), Raoul Vaneigem se indigna contra ¡esta «extravagante apropiación del tiempo por la iglesia»! Después de los/as mártires y de los/as santos ermitaños, los «obispos» suelen presentarse como mediadores con los santos de la primera época, ganándose así los galones de la santidad: Mamert en Vienne, o Marcel en Paris.

       La «conquista del espacio» va a adquirir otra dimensión según se van creando y desarrollando las grandes peregrinaciones de los primeros siglos del catolicismo europeo: Roma, Tours, Santiago de Compostela. La primera peregrinación era la que se dedicaba a San Pedro en su tumba del Vaticano (trópaion erigido ya antes del año 200 y basílica constantiniana). Al parecer, ya a finales del siglo VII y comienzos del VIII, los reyes anglosajones peregrinaban a Roma para recibir allí el bautismo y reservar su tumba en esta capital. La segunda gran peregrinación organizada fue la de Tours. Este culto a San Martín tuvo varias funciones: una de ellas, importante, era la de resistir a la contagión «arriana». En torno a 461, Perpetuus hace construir una enorme basílica, terminada acaso en 471, o sea 100 años después del nombramiento de Martín como obispo. Por primera vez, el culto del santo servía de cemento a la unión de la Iglesia con la ciudad. El culto a San Martín de Tours se enraizó sólidamente en España. Durante casi 5 siglos San Martín «hasta que se creó la peregrinación a Santiago en la época de Carlomagno» fue el santo más importante en la parte Norte de España, y luego su culto siguió instalándose en la




47

       España reconquistada (la catedral de Orense es dedicada a San Martín). La tercera gran peregrinación de Occidente responde a una iniciativa paralela de Alfonso II el Casto y de Carlomagno para estabilizar y reforzar el catolicismo desde Tréveris hasta el Finisterre gallego, frente a la presión musulmana que se ejercía en el sur de Francia, tanto como en la casi totalidad de España. De hecho, esta peregrinación servía de sustituto a la de Jerusalén y de Roma.

       Las peregrinaciones, después de un bajón de algunos siglos (XVIII-XIX), vuelven a atraer a los fieles y a los curiosos. El Mont Saint-Michel en Francia es ahora el tercer lugar más visitado del país y en España el número de peregrinos a Santiago no deja de aumentar: entre éstos, se estima en un tercio los que lo hacen por motivos, digamos, «religiosos»; los demás más bien interesados por una indagación personal de «lo sagrado». Los «mitos» católicos siguen siendo portadores de interpretaciones variadas que dejan sitio para un cierto número de actitudes espirituales rayando en lo heterodoxo.



4. La red de los monasterios

       La red de monasterios que se va creando a partir, grosso modo, de la época visigótica va a desempeñar un papel fundamental en la propagación de nuevas actitudes religiosas, conservación de las técnicas, y también de una nueva organización del trabajo, antes de ser vigilados y controlados más estrechamente por la jerarquía eclesiástica, que va a emplear en este menester a la orden dominicana, «la cual había demostrado su eficacia contra los albigenses (1205-1221)». El «eremitismo» tuvo su papel, importante, en la formación de los monasterios: la iglesia intentaba así recuperar un movimiento cuyo extremismo cristiano (imitando el movimiento egipcio), impresionaba a las muchedumbres y atraía a cierto número de aficionados. En Europa, San Benito idea una regla rígida que, entre otras obligaciones, incitaba a los monjes al «trabajo manual». Él mismo había sido ermitaño a partir del año 500. Así pues, el «desprecio al trabajo» (desdeñado por Jesús -Lucas, XII:22ss-) cedió el puesto, en las comunidades religiosas de los primeros siglos (IV al XII), a la práctica del trabajo «libre», realizado por los monjes. Pues el cese de la provisión de esclavos debido al desmoronamiento del Imperio Romano había provocado la desorganización de los grandes latifundios de las «villas» romanas y gran escasez de alimentos.

       La red de los monasterios permitió además propiciar los intercambios culturales, la circulación de manuscritos y de especialistas entre Bizancio y el Occidente: en éstos pudo ejercerse la actividad de los traductores del arameo, del griego, del latín. Hay que recordar, entre otras grandes traducciones, la labor de Jacques de Venise y de los monjes del Mont Saint Michel3 al principio del siglo XII en Francia, que realizaron la traducción de obras de Aristóteles. Así pues, durante este periodo de la Edad Media en Europa, los monasterios desempeñaron un papel 3 Gouguenheim (2008).




48

fundamental en la «transmisión directa» de la cultura griega, papel que se ha infravalorado, hipertrofiándose por el contrario la importancia de las traducciones procedentes del mundo islámico –la mayor parte de las cuales, por cierto, estaban hechas por traductores árabes cristianos.



5. El secreto de las catedrales

       Si los monasterios se implantaron por lo general en las zonas rústicas donde se encontraban las tierras necesarias a la producción comunitaria, en las ciudades se fueron construyendo templos capaces de acoger a un número cada vez mayor de fieles. Un fenómeno acaso tan importante como la multiplicación de los santos, la fundación de los monasterios o el auge del culto a la Virgen, fue la repentina construcción «entre 1135 y el siglo XIII» de las catedrales góticas principales.

       Este lapso de tiempo coincide con las tres primeras Cruzadas (1095-1099; 1147-1149 y 1189-1192). La toma de Jerusalén por Saladino (1187) marca el final del Reino Latino de Jerusalén. Pero, en esta misma época, también se habían ido fundando las órdenes militares (Santiago 1170; Templarios 1119-1120). La tradición constructora de los Templarios no fue ajena probablemente a la fiebre edificadora que cubrió de templos el Occidente: ellos conocían las obras de Hermes Trimegiste (sabio y filósofo del siglo XIII antes de Cristo en Egipto); ellos produjeron 42 tratados de arquitectura; se especializaron en la construcción de templos y tumbas y recogieron, desarrollándola, la tradición alquímica, la tecnología dedicada al trabajo del vidrio y vidrieras. Fomentaron también el culto a la Virgen. Las relaciones con Tierra Santa eran rápidas: el puerto francés de La Rochelle en la costa atlántica fue el que se dedicó al transporte de mercancías y peregrinos originando pingües beneficios: algunos autores incluso suponen que desde allí, y en secreto, se lanzaron expediciones templarias en dirección al Oeste atlántico. Se estima que la alquimia y la masonería eran cosa corriente entre los arquitectos de las catedrales: utilizando la luz (vidrieras), el sonido (acústica, campanas, rezos y cantos), la verticalidad, la astronomía y la orientación, las criptas, los laberintos en el suelo etc.; los constructores consiguieron crear un «espacio sagrado» donde todas las técnicas convergían para que el «hombre viejo» pueda transmutarse en el «hombre nuevo», siendo los «laberintos» el símbolo de este camino místico. Casi todos los laberintos de las catedrales han sido destruidos por obra de la jerarquía eclesiástica en el siglo XVII. Quedan, entre otros, los de Chartres, Amiens, Orleansville (Argelia), Pavía, Piacenza, etc. Perseguidos por heterodoxos en el interior de las catedrales, los laberintos encuentran en adelante un espacio acogedor, el de los «jardines» de los palacios y castillos. La creación del gran arquitecto Dédalo sigue siendo por cierto, en la actualidad, un mito en activo… en los juegos por ordenador.

       Actualmente, en España, es de señalar la aparición de un libro de reflexión sobre las catedrales del país. En éste, Julio Llamazares entronca con Fulcanelli al realizar un trayecto de redescubrimiento de esas «rosas de piedra», «esos barcos milenarios», «cajas negras de nues-




49

tra historia». Entre otras cosas, el interés del libro radica en mostrar por qué mecanismos la sensibilidad de un hombre «actual» puede apropiarse otra vez, gracias a un vagabundeo abierto a todos los encuentros, unos elementos del patrimonio artístico católico considerados por alguna gente como superados:

       «¡Nada más laico que el esoterismo de esa enseñanza! Nada más humano que esta profusión de ideas originales, vivas, libres, movedizas, pintorescas, a veces desordenadas y siempre interesantes; nada más emotivo que estos múltiple testimonios de la existencia cotidiana, de los gustos, de los ideales, de los instintos de nuestros padres; nada más cautivador, sobre todo, que el simbolismo de los viejos alquimistas, hábilmente plasmados por los modestos escultores medievales» (Fulcanelli, 1970).



6. Esto es mi sangre

       Después de existir en el hemisferio boreal, de Sakalin al Atlántico, la viña acompaña la civilización europea, mediterránea, en todos sus avatares. En los panteones griegos, micénicos, hebreos, y luego judeo-cristianos, la viña está allí, en un lugar singular.

       En Isaías, la viña de Yaveh simboliza al pueblo de Israel: «Israel es una viña». En la literatura judeo-cristiana, el viñedo es plantado por Dios, y la viña es el pueblo que Él mismo ha plantado. El propio Jesús utiliza este símbolo: «Soy la viña y sois los sarmientos… mi Padre es el viñatero».

       En el panteón mitológico griego es donde se pueden buscar los orígenes de la importancia de la vid, en el personaje de Dioniso. Dioniso es un dios muy antiguo en el mundo griego; es un dios con una naturaleza «doble», hijo de Zeus y de una madre mortal Sémele, ligado al culto de la fertilidad, y en especial a la vid y al vino. Enseñó el cultivo de la vid al campesino Icario. Es un dios transgresor, que cuestiona los valores políticos y masculinos de la ciudad. Es un dios que acoge a quienes están excluidos de los cultos políticos, como los esclavos y las mujeres, a quienes enseña a beber el vino «rico en alegrías», delicia de los mortales, y a aliviar en temibles orgías la agresividad acumulada en el sometimiento y la esclavitud.

       «El atractivo simbolismo del mito de Dionisio» (García Gual), se perpetúa en la figura de Cristo, de naturaleza doble también, nacido de mujer mortal y del Dios Padre, transgresor, consuelo de los humillados, mujeres y esclavos, y cuya vida parece seguir el hilo rojo del vino, desde el cambio del agua en vino en las bodas de Caná, hasta el final en la cruz cuando es recogida su sangre en el Grial. El vino desde entonces ha acompañado todas las misas cristianas (para mayor gozo de los monaguillos), en América Latina, Estados Unidos, Filipinas, etc. Dionisio sublimado, Cristo ha permitido elaborar otra religión donde se domestica el vino, para que contribuya, ya transmutado en sangre del Salvador, a encarrilar las fuerzas antagónicas de la naturaleza del hombre.




50

       Allí donde se extendió la religión cristiana y la civilización occidental, fueron plantadas también las viñas: en Europa, pero también en California, en Chile, en Australia… El saber de un monje, Dom Perignon, elaboró el champagne, el de otros la chartreuse; Rabelais sacralizó la dive bouteille. La enología, de los monasterios, pasó a los grandes dominios vinícolas. El uso y abuso del líquido fermentado acompaña ahora nuestra civilización judeo-cristiana. También va paralelo con la enología refinada actual el desarrollo de la gastronomía: donde están los caldos más exquisitos, allí es donde ofician los mejores chefs… Dioniso, y Cristo, se hermanan con Epicuro.



7. ¿Por qué los magos?

       Antes de nacer Cristo, dos categorías de seres humanos, los profetas y los magos, habían presentido, por lo visto, la llegada del acontecimiento: los profetas, por su línea directa con Dios, y los magos, al hacer uso de su saber de astrólogos. En el caso de los Reyes Magos, se une el poder de la corona real al poder de la ciencia, todo ello en beneficio de un tercer poder: el de la religión cristiana, cuyo fundador acaba de entrar en escena. Uno de los poderes de los magos «medos» (esta casta mágico-sacerdotal mencionada por Herodoto ya en el siglo V antes de Cristo, pero que existía mucho antes de Zoroastro, el cual se supone que vivió en el siglo VII antes de Cristo), y de donde sacan su continuada influencia «a pesar de las matanzas a las que les someten a veces los gobernantes», es su «dominio sobre la mente de los hombres». La casta, desde su origen, nunca perdió su prestigio profético, a pesar de los muchos errores que se colaron forzosamente en sus predicciones. En Grecia, en la India, e incluso dicen que en China, en todo el mundo antiguo, fue reconocido su poder (Butler, 1997).

       Siempre estuvo la magia encima de lo local, fue universal e internacional. Y el poder de los magos no se apagó «ni siquiera cuando los mismos Magos llegaron de Oriente para reconocer y adorar a Cristo recién nacido…» (op. cit., p. 35).

       Muy diferente de los grandes magos anteriores (Zoroastro, Moisés, Salomón, Pitágoras…), y coetáneo de Cristo, tenemos a Apolonio de Tiana, un personaje que atrae la simpatía, además de la admiración. Combina una serie de cualidades bien ajenas a sus famosísimos antecesores: es civilizado, sabio pero con humor, íntegro, muy humano, un perfecto representante de la escuela pitagórica. Sus enseñanzas (pureza, ascetismo, rechazo a los sacrificios sangrientos, transmigración de las almas), apoyadas en una conducta irreprochable, un nacimiento según la leyenda digno de un dios, una formación que va de Pitágoras a los Brahmanes indios, cinco años de silencio, un viaje (descenso a la cueva, Hades…), una muerte misteriosa...; en fin, el mago perfecto, con ribetes cristianos.




51

       En su Vida de Apolonio de Tiana, Filóstrato recoge esta frase que lo define perfectamente: «En todas mis acciones, he tenido presente la salvación de la humanidad». Acusado de magia negra y alta traición por el emperador Domiciano, encarcelado, llevado a declarar ante el emperador, consiguió ser absuelto con los aplausos del público. La acusación de magia negra que se levantó contra él es un «estereotipo» destinado a todos los magos: le ocurrió al propio Jesús, sanador y exorcista.

       Sin embargo, el cristianismo, durante un tiempo, arrastró consigo la caída de los magos y profetas. Pues la vida de Cristo representa un tope donde se encuentran todos los elementos legendarios necesarios: «La anunciación, los prodigios que rodean la natividad, la infancia amenazada del héroe; la iniciación…» (p. 95), la lucha contra Satán, la negativa de Cristo a ejercer la magia, la última cena, el juicio y crucifixión, la desaparición del cuerpo, la resurrección, la ascensión a los cielos… El proceso creador de mitos, a partir de los Evangelios, no se va a detener: la concepción milagrosa, la virginidad de la madre, etc.

       Especialmente indicativo es el Evangelio de Tomás que cuenta la «saga» de la infancia de Jesús, y en el que las proezas que realiza el niño no tienen nada que envidiar a las que lleva a cabo Harry Potter.

       El apego de la humanidad a los magos procede probablemente de la atracción que siente por la «omnipotencia». Durante unos cuantos siglos, del IV al XII (primera mención del mago Merlín en la Historia de los Reyes de Britania, 1138), la imaginación cristiana se contenta con la saga de los mártires, de los santos, de la Historia Santa… abundantemente puesta en escena en las iglesias románicas; pero Merlín debe precisamente su vida a la nostalgia que sienten los galeses (Geoffrey de Monmouth en este caso) por la época áurea en que los britones célticos dominaban en la Britania del Norte, con «soberanos poderosos y sabios», entre los que sobresalía el rey Arturo, quien conseguía tener a raya los invasores sajones y a los anglos (Ashe, 2007).

       Merlín es la cristianización del druida todopoderoso (¡incluso trajo de Irlanda los monolitos de Stonehenge!), quien pone sus poderes al servicio del monarca cristiano Arturo, cuyo nacimiento él mismo ha organizado con la meta, nada menos, de salvar a la humanidad; la búsqueda del Grial, la creación de la Mesa Redonda, las victorias de Arturo sobre los sajones… todo se debe a Merlín.

       Es curioso notar que, en la imaginación occidental, la «materia de Bretaña» se casa sin problemas con los sentimientos del catolicismo popular; aún más, llega a ser el conjunto de novelas de caballería con más éxito de los siglos XII y XIII.

       Merlín es una figura arquetípica del mago profeta cuyos poderes adivinatorios ni Nostradamus podrá igualar. Sus profecías (publicadas por Geoffrey de Monmouth acopladas en su Historia) fueron puestas, por cierto, en el Índice por el Concilio de Trento (1545-1563). Después de Merlín, ningún mago alcanzará la categoría de éste en la imaginación europea, ni siquiera el doctor




52

Fausto. En cuanto a Harry Potter, actual émulo secularizado del mago galés, anotemos que también procede de la inspiración céltica de su autora, la cual, como Viviana, ha sabido utilizar los conocimientos de él aprendidos, para transmutar en oro el papel.



8. De herejías y guerras santas

       El cristianismo parece ser la religión más rica en «herejías» y, por ende, más obligada a desarrollar el uso de la razón (y de la fuerza). A partir del primer «hereje» que fue Simón el Mago, conocido como el fundador del gnosticismo, coetáneo de Jesús, se multiplican las sectas y los cultos cuya multitud ha intentado explorar el libro de Raoul Vaneigem (La resistencia al cristianismo), ya citado. Desde el siglo II hasta el siglo IX, 94 escritos de propaganda cristiana se van organizando, melting pot que dará nacimiento poco a poco a la Historia Santa. La Iglesia cristiana del siglo IV necesitaba, dadas las luchas que conducía contra la mayor «herejía» de la época, la de Arrio, un conjunto de textos que fijase una figura de Cristo que no fuese ya la de un profeta sólo, si no la de un dios con naturaleza humana. Aparte del arrianismo, el siglo IV corresponde con dos corriente cristianas calificadas pronto de «herejías», la de Pelagio y la de Donato.

       La iglesia cristiana, que llega a ser con el edicto de Constantino de 313 un instrumento del poder estatal, condena cada vez más «las mentalidades del cristianismo popular», muy impregnado de ascetismo y adepto del culto de los mártires. La corrupción cada vez mayor del clero oficial levanta a veces brotes de protesta popular: la breve, pero muy cruel, persecución bajo el emperador Diocleciano (303-305) produjo una escisión entre el laxismo de los corruptos que aceptan renunciar a su fe para salvarse, y un movimiento campesino más extremista, ávido de martirio, movimiento milenarista (que volverá a producirse constantemente en el seno del catolicismo bajo otras formas, en otras épocas, pero siempre por las mismas razones) que pide la igualdad universal ante Dios, la supresión de las deudas, el juicio y ejecución de los ricos, la supresión de la esclavitud. Donato fue el obispo que, mal que bien, capitaneó este movimiento en la zona que es actualmente Túnez y el Este de Argelia, San Agustín, aunque condena a Donato, copia de los donatistas (Tyconius) la idea de la preeminencia del poder espiritual sobre el temporal.

       Las herejías como las de Donato (270-355), o de Pelagio (360-422) son fundamentales para enriquecer el dogma católico en formación. San Agustín también combatió la doctrina de Pelagio (que procede del cristianismo céltico de Bretaña y de Irlanda), a pesar de haber sido amigo suyo anteriormente. Pelagio funda (en la línea de Séneca…) una «moral laica» que considera al hombre «libre de hacer el bien», con la sola fuerza de su voluntad, lo que anula la tesis del pecado original y, de hecho, reduce a lo más mínimo el papel de la Iglesia; contrariamente a San Agustín, que sostiene la doctrina de la «predestinación», más tarde esgrimida por calvinistas y jansenistas. La doctrina de Prisciliano de Ávila, coetáneo de estos grandes «herejes», era favorable a una reforma de la Iglesia oficial (entre otras cosas pedía el celibato de los sacerdotes…) y va a ser condenado como discípulo de Maní (maniqueísta), lo que permitirá al usurpador Magnus




53

       Máximus aprovechar la ocasión para presentarse como un partidario de la ortodoxia, haciendo condenar y ejecutar a Prisciliano (y amigos) en Tréveris en torno a 385. El priscilianismo, que representa al cristianismo primitivo más ascético, es como un prototipo de ese cristianismo de las congregaciones pietistas del siglo XVII, en las que el ascetismo se hermanaba con los éxtasis, en parte productos de la anorexia santa.

       El mundo de las «heterodoxias» y de las «herejías», filosófica e históricamente apasionante, va a permitir que vaya fraguándose una «mentalidad raciocinante» que correrá pareja con el espíritu de indagación científica necesario en la exploración de la naturaleza.

       Pero, al mismo tiempo que elevan el nivel espiritual y lógico de las facultades de las personas que las practican, las «herejías» constituirán, en Europa como en otras partes, la base doctrinal de unas guerras de religión, «guerras santas», que sacudieron el mundo mediterráneo y también el continente europeo. Según Le Goff, Prisciliano fue el primer cristiano torturado y ejecutado por los cristianos, pero como dice Vaneigem, eso sería olvidar las matanzas de arrianos y donatistas. En todo caso, las guerras de religión, en su periodo álgido, por la importancia de los medios utilizados y el espacio cubierto, empiezan prácticamente con las Cruzadas en el siglo XI, «cuatro siglos después de la definición del Jihâd, la santificación de la guerra cristiana contra los infieles instala la lógica del conflicto religioso continental» (Barnavi y Rowley, 2006).

       En España, invasión árabe y Reconquista cristiana (primer prototipo de Cruzada casera) jalonan siete siglos, con lo cual este país, amén de instituir un sistema eficaz de lucha anti– herejía (la Inquisición), se libra de las guerras de religión internas que van a conocer más tarde sus vecinos europeos. A partir de 1517, empezarán las guerras de las Alemanias (Lutero), de Prusia, de los países escandinavos; los germanófonos de Bohemia, Hungría, Polonia…se hacen luteranos. Lutero va a aplastar a los campesinos de Thomas Münzer, considerados protestantes extremistas, dejando que sean los príncipes alemanes los que se van a beneficiar de la represión.

       En Francia, las guerras de religión adquieren una dimensión inaudita: se empieza por una «pequeña matanza» de protestantes realizada por François de Lorraine, duque de Guise, en un burgo de Champagne, Wassy (1 de marzo de 1562)… Los calvinistas franceses (hugonotes) son una elite del diez por ciento de la población francesa, bien organizados. La horrible matanza de la Saint-Barthelémy no servirá prácticamente para nada… a corto plazo, pero quiebra la expansión protestante en Francia a largo plazo, la radicaliza, y sus teóricos políticos van a elaborar un verdadero esquema de lo que podrá ser más tarde la monarquía constitucional, la soberanía popular y la supremacía de los États Généraux.

       En las mentalidades, no cabe duda de que las guerras de religión que ha conocido Europa han acabado creando, después de peripecias variadas y sangrientas, una posibilidad de «tolerancia relativa». El Edicto de Nantes de 30 de abril de 1598, por primera vez en la historia de Europa, creará un texto legislativo que reconoce la existencia de «dos» religiones «cristianas» en el seno de un mismo Estado centralizado, organizando su coexistencia.




54

       El Occidente parece haber escapado, por ahora desde que se produjo la separación Estado- Iglesia y se impuso un cierto tipo de laicidad, al totalitarismo vigente en los países «cuya religión es el Estado» y «cuyo Estado es la religión» (dicho de otro modo, los países que no han conseguido realizar la secularización). El problema es que el ciudadano del Occidente democrático, a pesar de las notables advertencias que le dan los sucesos de la actualidad (pensamos, entre otras cosas, en los totalitarismos soviético y alemán, en la reciente guerra de los Balcanes, en los conflictos actuales del Oriente Próximo), sigue pensando que la guerra de religión está lejos, en el pasado, y que las guerras actuales son solucionables o evitables, ya que tienen causas políticas, económicas, territoriales o incluso étnicas, y no religiosas.



9. Bibliografía

• ASHE, Geoffrey (2007): Merlín. Madrid, Crítica.
• BARING, Anne y CASHFORD, Jules (2005): El mito de la diosa. Madrid, Siruela.
• BARNAVI, Elie y ROWLEY, Anthony (2006): Tuez-les tous! La guerre de religion à travers l´histoire. VII-XXI siècle. París, Perrin.
• BUTLER, E. M. (1997): El mito del mago. Cambridge, Cambridge University Press.
• COSANDEY, David (2007): Le secret de l´Occident. Vers une théorie générale du progrès scientifique. París, Champs-Flammarion.
• CRAVERI, Benedetta (2007): La cultura de la conversación. Madrid, Siruela.
• GOUGUENHEIM, Sylvain (2008): Aristote au Mont-Saint-Michel. Les racines grecques de l´Europe chrétienne. París, Seuil.
• FULCANELLI (1970): El misterio de las catedrales. Barcelona, Plaza & Janes.
• LLAMAZARES, Julio (2008): Las rosas de piedra. Madrid, Alfaguara.
• MARKALE, Jean (1997): La Grande Déesse. Mythes et Sanctuaires. De la Vénus de Lespugue à Notre-Dame de Lourdes. París, Albin Michel.
• STARK, Rodney (2005): Le triomphe de la raison. Pour quoi la réussite du modèle occidental est le fruit du christianisme. París, Presses de la Renaissance.
• VANEIGEM, Raoul (1993): La Résistance au Christianisme. París, Fayard.





Créé: 23 aoû 2010 – Derniers changements: 04 sept 2014